En el parque central, un bullicio llenaba el ambiente de personas moviendose a toda prisa, entre extraños carteles y propargandas anunciadas por los altvoces. La música, apenas se escuchaba.
Un raro caballero rojo, de mirada maliciosa y amarilla, lo saludo a la distancia. Lo llamó animado.
Le extendió su garra huesuda de manera amable y le invito a acercase aún más.
Su voz, profunda y desgarradora le saludó.
Bienvenido a mi puesto. Déjeme hacerle una pregunta: ¿ya ha pensado que haría si su auto se accidentara hoy, y usted muriera?
¿Cree usted que tiene alma?
Ernesto lo vi confundido, mientras una respuesta escalaba por su garganta.
No, me importa un carajo si me muero hoy, mañana o ayer…. Y mi alma, la perdí hace cinco años jugando al billar.
El caballero rojo lo observó desilusionado.
No se lo tome a la ligera, de seguro su alma puede estar ahí todavía porque no se puede deshacer de ella tan fácil. Y siendo así… ¿ve este retrato?
Sí, le constestó. Parece ser usted desnudo envuelto en llamas y emergiendo de un rio de lava mientras se devora un ser humano al que atravesó son su cola.
Eh…. No. Le respondió incómodo. No soy yo, me parezco, pero no.
El punto es, mi amigo, que si usted se muere hoy, ¡su alma podría ser mia!
-Rió estrepitosamente-
¡Digo! ¡Podría ser del demonio!
Ernesto lo miró aún más extrañado y perdido dentro de la mirada sulfúrica brillante de su interlocutor. Y bueno, que le aproveche amigo, no se vaya a indigestar. Rió moderadamente. Digo, el diablo se podria indigestar.
-Con su permiso-.
Sonrió sorprendido de ver lo anterior. En medio del ruido, el sonido tranquilo de unas flautas. El incienso le capturó la atención. Una escuálida figura envuelta en una túnica de color azafrán le llamo desde adentro de la improvisada cabina, decorada con motivos de paz y garabatos en sánscrito y posters de john Lennon.
El hombre se inclinó en reverencia para saludarlo, exponiendo su cabeza rapada ante el.
Amigo, no preste atención a lo que acaba de escuchar. Deje de pensar en el alma, en su futuro o en el infierno. Le presento el camino budista.
Y se aparto para dejar ver una estatuilla de un hombre sentado sobre sus rodillas mientras parecía entrar en un estado extasioso. O drogradiccioso.
¿Ése es su Dios? preguntó Ernesto.
No, en lo absoluto, nosotros no perdemos el tiempo en esas mierdas, no creemos en el alma, o en el bien, el mal, el demonio. Nosotros nos preocupamos por el día de hoy, y pretendemos lograr el despertar de la mente para cesar las pasiones que engendrar la decadencia volitiva que aprisiona su yo interno. Adelante, permitos echar a andar la rueda de la vida en su vida, le mostraremos el noble sendero y cuatro nobles verdades y adem….
Un momento, lo detuvo Ernesto. No comprendo. ¿Dice que me va a echar un rueda encima y me va a arrastrar por todo el sendero y que demonios más?
Disculpe. Dijo retirandose, no quiero que un calvo me diga como tengo que vivir.
¡Señor! Buda no dice como tenemos que vivir, ni tampoco nada de su destino. Sin el nombre sendero y las verdades de nuestro camino será su vida un sufrimiento y volverá a renacer y encarnar su alma por toda la eternidad.
¿Por toda la eternidad? Mire; si yo supiera que despues de vivir esta vida, tengo que vivir otra; me suicidaría en este mismo instante.
Se despidio haciendo una reverencia.